
Pocos finales de partidos tienen tanto condimentos, teniendo en cuenta que el partido estuvo muy cerca de ser una estafa al buen gusto. Otro River-Boca iba camino al inexorable empate sin goles, hasta que llego el penal, el gol y llegó el escándalo. Palavecino extremadamente imprudente le grita el gol de Borja en la cara a «Chiquito» Romero ante la mirada de todos, desatando la reacción de todo Boca y la batalla campal. Ese cruce entre Palavecino y Romero nos lleva a guardar entre los mayores bochornos de la historia, porque no fue un partido caliente ni decisivo para ambos como para concluir el juego con semejante nivel de violencia entre los jugadores.
Mucho se habla de la violencia en las tribunas, en las afueras de los estadios, o las viejas emboscadas entre hinchadas, pero cuando la violencia es entre los protagonistas que deberían dar el ejemplo al resto no se lo recrimina del mismo modo. Este escándalo pasó como uno más y nadie emitió crudos mensajes desaprobando lo ocurrido como correspondería. En cuestión, tras la pelea y los forcejeos el arbitro dio a conocer las tarjetas rojas, Boca se quedó con ocho y River con diez. Pero expulsó a dos jugadores más del millonario que estaban en el banco de suplentes, quizá quedándose corto porque debería haber habido cuatro o cinco más jugadores, adicionó dos minutos más y listo. Seguramente habrá mucho por discutir en el tribunal de disciplina, declaraciones picantes de ambos clubes, pero lo reprochable es el hecho independientemente de las justificaciones y en donde inicialmente debería River darle una durísima sanción a Palavecino ejemplificadora.